El aplauso

El final de una obra gráfica o visual es muy importante, pero lo es mucho mas cuando se trata de una puesta teatral en donde el aplauso es el voto de aprobación o desaprobación decisivo del espectador sobre nuestro trabajo. En esta líneas intentamos descifrar su código y continuamos el debate iniciado por Nicolás Strok en la Edición Otoño 2007 de Raskolnikov.


Según el diccionario de la lengua española el aplauso (del latín applaudere) es "palmoteo en señal de aprobación o entusiasmo. Reconocimiento, elogio o aprobación".
En los países occidentales, los espectadores dan palmadas de forma no sincronizada para generar así un ruido constante; sin embargo, se tiende de forma natural a sincronizarse débilmente. Como forma de comunicación no verbal de masas, el aplauso es un indicador simple de la opinión media relativa del grupo completo: cuando más ruidoso y prolongado, mayor aprobación.
Dentro de cada cultura, sin embargo, el aplauso suele estar sujeto a ciertas convenciones.
Los antiguos romanos tuvieron un conjunto ritual de aplauso para las representaciones públicas, expresando diversos grados de aprobación: golpear los dedos, dar palmadas con la mano plana o hueca, o agitar el faldón de la toga, lo que el emperador Aureliano sustituyó por pañuelos (orarium) que distribuyó entre el pueblo. En el teatro romano, al final de la obra, el protagonista gritaba "Valete et plaudite!" y la audiencia, guiada por un corego no oficial, coreaba su aplauso antifonalmente.
Esto a menudo era organizado y remunerado.
Con la proliferación del cristianismo, las costumbres del teatro fueron adoptadas por las iglesias. Eusebio cuenta que Pablo de Samosata animaba a la congregación a aplaudir sus sermones agitando sus ropas de lino, y en los siglos IV y V el aplauso de la retórica de los sermones populares se habían convertido en una costumbre habitual.
El aplauso en las iglesias terminó sin embargo pasando de moda y, en parte debido a la influencia de la atmósfera cuasi religiosa de las representaciones de Wagner en Bayreuth, el espíritu reverencial que inspiró este decaimiento pronto se extendió a los teatros y salas de concierto.
El aplauso indiscriminado es ampliamente considerado una violación de la etiqueta concertística de música clásica. Ha habido cierto número de intentos de restringirlo en diversas circunstancias. Por ejemplo, los teatros de Berlín prohíben el aplauso durante el espectáculo y antes de la bajada del telón. Los políticos y actores famosos reciben a menudo aplausos tan pronto como aparecen en escena, incluso antes de iniciar sus discursos o interpretaciones. Este elogio se da para demostrar la admiración por sus logros pasados, y no es una respuesta al mitin o representación al que el público asiste. En otras ocasiones, el aplauso sucede en mitad de un evento: suele ser habitual, por ejemplo, que los intérpretes de jazz reciban aplausos en mitad de una melodía, tras terminar un solo improvisado.
Cuando leemos un articulo periodístico o un libro , al terminar su lectura, no aplaudimos porque no se encuentra el autor para escucharnos ni tampoco espectadores para hacerles referir nuestro gusto. Lo único que hacemos es, a través de nuestro pensamiento interno, una evaluación sobre lo que nos pareció. Para esa evaluación disponemos de mucho tiempo, de todas maneras su autor no se enteraría de nuestra opinión salvo que le enviemos un mail o una carta expresándonos el parecer.
En el cine, puede ocurrir que el público aplauda pero ni los autores, ni los protagonistas, ni el director se darán cuenta de su apreciación debido a que no se encuentran presentes. Sólo el proyectorista y el boletero se regocijarán y pensarán en solicitar al distribuidor del film, el alquiler de la cinta por unas semanas más.

¿Qué pasa en una obra teatral? Los actores, los técnicos, el director y el productor sabrán en forma inmediata la aceptación o reprobación del espectáculo por parte del espectador. Con el aplauso el espectador se expresa rápidamente casi darse tiempo de pensar , solamente guiándose por el instinto del gusto de su corazón, sabiendo que el actor debe recibir su parecer inmediatamente . Este aplauso puede se acompañado de alegría o una sonrisa a flor de piel si gustó la obra, parándose de la butaca, expresando frases o sonidos. O con inexpresividad. Todo esto es percibido por los artistas.
Sin embargo, en el teatro moderno suelen darse muchas veces ese tipo de finales inciertos donde el aplauso no aparece o demora en hacerlo. Esto puede deberse a que la dramaturgia, los actores o el director no fueron lo suficientemente claros para informar al espectador que la obra ha terminado. Lamentablemente a muchos directores no les interesa, si en el final de la obra, el público no aplaude, afirman que es algo que los tiene sin cuidado y que lo que importa es toda la obra. Muy pocos reconocen la falta de aplauso como una falla técnica o dramatúrgica, en la mayoría de los casos no previstas.
Ante el temor de un final falso, donde todo aparenta que es la terminación de la obra, pero la historia continúa en una escena siguiente, el espectador por miedo a caer en rídiculo espera a que alguien apluada primero para luego hacerlo él. Es también el problema de los finales abruptos de la "nueva dramaturgia" que sorprenden al público sin haber entendido si la obra terminó o no. O lo mismo cuando se trata de un espectáculo larguísimo: el espectador suele aplaudir cualquier cosa con tal que se terminé la pesadilla.
Nada mejor para un actor que un aplauso. Qué satisfacción nos invade a los artistas cuando el espectador aplaude en el preciso momento que lo esperábamos. Pero cuando ello no sucede evidentemente hay un error en la direccion. Y para suplantar ese error, muchas veces se alguien de la sala incita aplaudir para informar que la obra a terminado. Aunque al espectador escuchar un aplauso incitado no lo haga cambiar de su aprobación o desaprobación interna y verdadera.

No hay comentarios: