Para orar frente a murales

“...Son imágenes de devoción donde se puede y aún dan ganas de rezar.”
Fray José de Sigüenza

La pintura mural en México tiene sus orígenes en la conquista espiritual a la que fue sometido el país después de la conquista española. Los frailes representantes de las órdenes religiosas traían del Mundo Antiguo la veleidad del arte sacro europeo, cuyos preceptos estaban supeditados íntimamente a los regímenes dictados por El Concilio de Trento (1563). Tal decreto propone (si no es que exige) a los pintores, escultores y arquitectos (entre otros) someterse a las normas de la iglesia, lo cual tiene como resultado el regreso de los artistas al gremio medieval, pues éstos, a pesar de haberse declarado independientes del gremio artesanal (o al arte grupal) ahora eran sometidos a normas absurdas, como la no representación de desnudos para “guardar el decoro” y la creación obligatoria de imágenes que entre los colores, la expresión y el miedo, infundieran en los espectadores la devoción. Los cuadros debían ser elaborados para rezar frente a ellos. Con estos antecedentes se puede entender que en la Nueva España existiera una gran urgencia por la decoración de los espacios sagrados. En el tiempo de los evangelizadores, los pintores peninsulares escaseaban, así que tuvieron que echar mano de los indígenas, quienes poseían un conocimiento elevado sobre las técnicas y la representación de símbolos y alegorías gracias a los códices y la decoración de sus respectivos centros religiosos. Los nativos del ombligo de la luna aprendieron las técnicas pictóricas a la maniera española en la edificación de San José de los Naturales. De esta escuela surgen Marcos de Aquino (a quien se le atribuye la primera pintura de la Virgen de Guadalupe), Juan de la Cruz y el apodado “El Crespillo”.
A la par que se instruyó a pintores de caballete, la edificación de templos iba en aumento, así que las órdenes religiosas optaron por constituir una actividad gremial, así es como surge la pintura mural en los conventos alejados de la ciudad. Todos los muros fueron decorados con la técnica del llamado “Cristiano Indígena”. Los murales realizados tenían un marcado propósito didáctico: instruir a los espectadores con respecto a la vida de Jesucristo, los milagros de la Virgen y el Apóstol Santiago[i].
Los indígenas pintores lograban representar algo completamente desconocido para ellos mediante los textos bíblicos que les proveían sus evangelizadores y algunos grabados sobre la vida de los santos que les llegaban desde el viejo continente. El sincretismo es evidente en casi todas las pinturas, pues la mezcla de símbolos precolombinos y religiosos creaba representaciones difíciles de creer que fungían como amenaza para los adoctrinados. El infierno era representado como un lugar de eterno sufrimiento y el cielo, como un momento de paz en medio de tanta desgracia y destrucción.

Las técnicas pictóricas evolucionaron desde ese periodo artístico en el mundo. Así, en México, es hasta 1922, cuando se creía consolidada la revolución, que Diego Rivera vuelve de Italia trayendo con él las principales técnicas e impresiones europeas, de una Europa marcada por las vanguardias. Rivera realiza profundos estudios del arte maya y mexica (o azteca) que influye profundamente en el surgimiento del nuevo movimiento mural en México. A éste se suman Siqueiros y Orozco, y en su etapa cubista, un poco más influenciado por las vanguardias y el Art Decó de los 40’s, Roberto Montenegro.
Es así, con la unión de estos tres grandes reconocidos aún en nuestros tiempos, que se funda el Movimiento Muralista Mexicano fincado en el indigenismo y el socialismo. Quizás lo más importante de dicho movimiento fue la nueva lectura de los símbolos y las alegorías que reflejaron la conquista espiritual y política de México; la situación de un país profundamente marcado por la división de los estratos sociales y la renovación del hombre a partir de la generación de una nueva visión del mundo que ahora posee a la ciencia y la tecnología y no a la religiosidad impuesta por los evangelizadores que tiñeron de azul (el color de Huitzilopochtli) sus hábitos religiosos.
Esto es notable en ciertos murales específicos como El hombre controlador del universo, pintado hacia 1934 por Rivera. La réplica del mural original se encuentra en un muro de Palacio de Bellas Artes. El proyecto fue diseñado para el edificio Rockefeller de Nueva York, pero por su amplio contenido socialista, el muro fue derribado.

Uno más local, del mismo autor, sería Sueño de una tarde dominical en la Alameda (1947), en donde se retrata la división de los estratos sociales en el México pos revolucionario.



José Clemente Orozco realiza lo propio con Katharsis, en donde alegoriza una renovación de la patria que sólo puede surgir de la destrucción.

Y finalmente, David Alfaro Siqueiros nos muestra La Nueva Democracia. Una profunda crítica política.
La multiplicidad de colores, paisajes mexicanos de la época y el uso de nuevas técnicas (y dimensiones, como las de Siqueiros) logra, como en un tiempo los murales indígenas regidos por la devoción, que el espectador reflexione en torno a las consecuencias de una revolución que surgió en medio de un complejo entramado capitalista. La devoción en la que debe instruirse el espectador es en la de su patria, la de la lucha, la de los pueblos unidos y la transformación del individuo. Ante tales preceptos, no se puede hacer otra cosa que declararse creyente de un nuevo sincretismo patriótico. Los muralistas pos revolucionarios también fundaron una nueva manera de “rezar”. [ii]



Adriana González Méndez

[i] Tenemos que recordar que Santiago es altamente simbólico para los españoles, pues fue el estandarte de la reconquista en España y posteriormente se volvió el emblema de la conquista espiritual.
[ii] Sitios recomendados:
Museo Virtual Diego Rivera:
http://www.diegorivera.com/murals/index.php
Sala de Arte Público Siqueiros: http://www.siqueiros.inba.gob.mx/
José Clemente Orozco, Vida y Obra: http://tierra.free-people.net/artes/pintura-jose-clemente-orozco.php
Roberto Montenegro: http://www.museoblaisten.com/spanish.asp?myURL=%2F02asp%2Fspanish%2FartistDetailSpanish%2Easp&myVars=artistId%3D34
Victoria, José G. (1986). Pintura y Sociedad en Nueva España. Siglo XVI. México: UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas. pp. 183.

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