"Compartimos una tierra y un destino"

Por Daniel Barenboim / Para LA NACIÓN, Milán 2008.




Con frecuencia he afirmado que los destinos de los pueblos palestino e israelí están indisolublemente unidos, y que no hay solución militar para el conflicto. Mi reciente aceptación de la nacionalidad palestina me ha dado la oportunidad de demostrarlo de manera más tangible. Cuando mi familia se trasladó a Israel desde la Argentina en la década de 1950, una de las intenciones de mis padres era ahorrarme la experiencia de crecer como parte de una minoría... una minoría judía. La tragedia de eso es que mi generación, a pesar de haber sido educada en una sociedad cuyos aspectos positivos y valores humanos han enriquecido enormemente mi pensamiento, ignoró la existencia de una minoría dentro de Israel -una minoría no judía- que había sido la mayoría en toda Palestina hasta la creación del Estado de Israel, en 1948. Parte de la población no judía permaneció en Israel, y el resto se marchó por miedo a ser desalojada por la fuerza. En el conflicto palestino-israelí ha habido, y aún hay, una incapacidad de admitir la interdependencia de las dos voces. La creación del Estado de Israel fue consecuencia de una idea judeo-europea que, si pretende extender su leitmotiv al futuro, debe aceptar la identidad palestina como leitmotiv igualmente válido. Es imposible ignorar el desarrollo demográfico: en Israel los palestinos son una minoría, pero en rápido crecimiento, y ahora es más necesario que nunca escuchar su voz. Los palestinos hoy constituyen aproximadamente el 22% de la población de Israel. Es un porcentaje mayor que el representado por una minoría judía en cualquier país en cualquier período de la historia. El número total de palestinos que viven en Israel y en los territorios ocupados (es decir, en el Gran Israel para los israelíes o en la Gran Palestina para los palestinos) es mayor que el de la población judía. En este momento, Israel se enfrenta simultáneamente con tres problemas: la naturaleza del moderno Estado democrático judío -su identidad misma-, el problema de la identidad palestina dentro de Israel y el problema de la creación de un Estado palestino fuera de Israel. Con Jordania y Egipto fue posible alcanzar lo que puede describirse como una paz helada sin cuestionar la existencia de Israel como Estado judío. Sin embargo, el problema de los palestinos dentro de Israel es mucho más difícil de resolver, tanto teóricamente como en la práctica. Para Israel significa, entre otras cosas, reconocer el hecho de que la tierra no estaba deshabitada ni yerma, no era "una tierra sin un pueblo", como lo establecía una idea difundida en el momento de su creación. Para los palestinos, implica aceptar el hecho de que Israel es un Estado judío y de que está aquí para quedarse. Los israelíes, no obstante, deben aceptar la integración de la minoría palestina aun cuando eso implique cambiar ciertos aspectos de la naturaleza de Israel; también deben aceptar que la creación de un Estado palestino junto al Estado de Israel es justificada y necesaria. No solo no existe la alternativa, ni la varita mágica, que haga desaparecer a los palestinos, sino que su integración es condición indispensable -en el campo moral, social y político- para la supervivencia de Israel. Cuanto más se prolongue la ocupación y cuanto más persista la insatisfacción palestina, tanto más difícil será encontrar las más elementales bases comunes de una solución. Hemos visto con mucha frecuencia en la historia moderna de Medio Oriente que las oportunidades de reconciliación que se han perdido han tenido consecuencias extremadamente negativas para ambas partes. En cuanto a mí, cuando me ofrecieron el pasaporte palestino lo acepté como reconocimiento del destino palestino que yo, como israelí, comparto. Un verdadero ciudadano de Israel debe tender su mano a los palestinos abiertamente, y en el peor de los casos debe tratar de entender lo que significó para ellos la creación del Estado de Israel. El 15 de mayo de 1948 es el día de la independencia para los judíos, pero ese mismo día es Al-Nakba, la catástrofe, para los palestinos. Un verdadero ciudadano de Israel debe preguntarse qué es lo que han hecho los judíos -famosos por ser un pueblo educado y culto- por compartir su herencia cultural con los palestinos. Un verdadero ciudadano de Israel también debe preguntarse por qué los palestinos han sido condenados a vivir en malas condiciones y a aceptar estándares más bajos de educación y de atención médica, en vez de que las fuerzas de ocupación se ocuparan de proporcionarles condiciones de vida decentes y dignas, un derecho común a todos los seres humanos. En un territorio ocupado, los ocupantes son responsables de la calidad de vida de los ocupados, y en el caso de los palestinos, los diferentes gobiernos israelíes de los últimos cuarenta años han fracasado terriblemente en asumir esa responsabilidad. Es natural que los palestinos sigan resistiéndose a la ocupación y a todos los intentos de negarles los derechos individuales básicos y su constitución como Estado. Sin embargo, por su propio bien, esa resistencia no debe expresarse a través de la violencia. Cruzar la frontera de una resistencia firme (incluyendo manifestaciones y protestas no violentas) hacia la violencia solo produce más víctimas inocentes y no sirve a los intereses a largo plazo del pueblo palestino. Al mismo tiempo, los ciudadanos de Israel deben prestar tanta atención a las necesidades y derechos del pueblo palestino (tanto dentro como fuera de Israel) como a sus propios derechos y necesidades. Al fin y al cabo, ya que compartimos una tierra y un destino, todos deberíamos tener doble ciudadanía.

No hay comentarios: