Francisco Tario, la voz viene del muñeco

Un loco, una gallina y un perro; un féretro, el buque náufrago y los cincuenta libros persiguiendo a su creador. Al fondo, un muro y una sola salida; a la derecha, la revelación del abandono y a la izquierda, los tropiezos de la creación. Finalmente, la parodia brutal, el homicidio y el desdoblamiento de los cuerpos en un trenzarse de historias, veredas que vuelven sobre sí mismas a falta de viajeros resueltos capaces en la sorpresa. Cuando pensamos en la marginalidad nos entretenemos en nombres oscuros, fechas perdidas en tiempos milenarios, espacios concebidos con la belleza que la lejanía imprime a sus deudos; cuando hablamos de lo anómalo repasamos el catálogo imperfecto de singularidades y defectos, la monstruosidad como una constante destinada a sostener el sentido común que nos orienta y rige.
Todos contamos nuestros sueños, los hilvanamos en una trama de causalidad azarosa, pero justificada por la puesta en marcha de nuestra razón para nombrar los objetos que sólo el sueño convoca y significa. ¿Cómo narrar un sueño sin coordenadas, sin que las referencias extiendan sus dedos al puerto seguro de nuestro horizonte? ¿Cómo se han de contar las cosas que sólo en la noche existen? Decir la noche es llenar la página de tinta negra, dijo La noche y el libro se incendió para que a cada hoja la pasara el fuego. Dijo muchas cosas aquel escritor marginal y anómalo, escribió algunas más y las fue publicando porque sabía que nadie iba a saquear su casa en busca de inéditos.
Hace algunos años la lucidez bajó la guardia, su descuido se tradujo en una edición modesta de casi todos los cuentos del escritor incendiario. Dos tomos pequeños, la ilustración de la portada obviando algún tema presente en el libro y un apellido encerrado en su sonido: Tario. Escribió Mario González, antólogo y prologuista, que “Tario” es el hipocorístico de “solitario”, por tanto no hay que buscar más, pues en el nombre se cifra la cualidad del escritor. Lo interesante es que Francisco Tario dejó en claro que la elección de ese apellido se debe a un simple gusto por la eufonía. “La rosa es así, por favor no la toquéis”, dijo Onetti.
En el primer tomo aparecen los cuentos que conforman el libro llamado La noche. En cada uno de ellos el protagonista está convencido del absurdo de la adversidad y de la necesaria trasgresión inherente a la búsqueda de las propias expectativas. Pero los protagonistas de Tario no son campesinos desposeídos, ni proletarios hambrientos; son igualmente cotidianos, pero carentes de voz: ahí el gran meollo. Tenemos a un féretro apesadumbrado por el físico de su futuro huésped; una gallina visionaria y vengativa dispuesta a aniquilar a los comensales; un muñeco triste debido a su calidad de segundo orden. Todos objetos materiales y resistentes como un buque o efímeros e inasibles como una melodía que quiere ser vals.

Es fácil encuadrar la obra de Tario dentro de la literatura fantástica, aquella donde la interpretación siempre permite vislumbrar la realidad y, al mismo tiempo, el oscuro mundo de lo ajeno e imposible; sin embargo, lo escrito por Tario no sólo se mueve dentro de esos lindes, su personajes hacen preguntas simples y encuentran respuestas complicadas, son construcciones verbales en busca de una existencia ordinaria que de pronto se topan con el muro inverosímil de lo inaudito y no le sacan el cuerpo, deciden explorarlo, montarse en él para ver hasta dónde llega sin considerar la importancia del destino, sino la experiencia del viaje. La noche es un libro de relatos que aún no ha conocido la fortuna de comentarse a grandes voces, de inundar los apuntes críticos de tesistas furiosos en busca de la singularidad. La noche es ese gran oscuro que en cada momento nos recuerda que extender las fronteras no sólo significa leer a Joyce y Proust, sino desmembrar los moldes de la literatura mexicana, consagrada por el poder estatal en una búsqueda de autolegitimación a cualquier costo.
En este primer tomo también está un relato capaz de suscitar complicidades entre aquellos que lo leen. “Ciclopropano”, sueño artificial que nos muestra las dos caras del despertar de un soñador, o quizá dos soñadores empatados en el sueño, aunque también puede ser que el sueño se desborde para caer sobre el ritmo del despertar. No hay un camino para andar en esa búsqueda que desovilla ensoñaciones y las dota de una forma inteligible y convencional. Así como Pavić concibió su Pieza única como una novela de posibilidades infinitas, dentro de las cuales cada lector puede proponer soluciones acertadas, en “Ciclopropano” las interrogantes se multiplican cada vez que surge una certeza y dejan en claro que abrir una ventana es conectar el interior con el infinito innombrado detrás del vidrio.
Para terminar, una pequeña cita del cuento “La noche de los cincuenta libros”, pues no hay mejor invitación que la que nos extiende la locura:

Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. [...] Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las virtudes.§



Armando Octavio Velázquez



§ Francisco Tario, “La noche de los cincuenta libros”, Cuentos completos, tomo I, prólogo de Mario González Suárez, Lectorum, México, 2004, p. 62.


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