Tennessee Williams

Después de acostarse por primera vez con alguien,
sin la ventaja o la desventaja de una relación previa,
es muy probable que la otra persona te diga:
háblame de ti, cuéntame tu vida, toda tu vida.

Y de buena fe piensas que realmente tiene interés
en conocer tu historia;
enciendes un cigarrillo y empiezas a contarla,
ambos ya descansados, desparramados sobre la cama
como un par de muñecas de trapo dejadas por una niña aburrida.

Le cuentas tu vida, o lo que el tiempo, o cierta prudencia
te permite contar, y oyes decir:
Oh, oh, oh, oh ,oh,
hasta que el último oh es un sonido apenas perceptible,

y entonces, por supuesto, se produce una interrupción.
El camarero, que tardaba en llegar, aparece con un bol
de cubos de hielo que se derriten, o bien uno de ustedes
se levanta para orinar y contemplarse, con suave desconcierto,
en el espejo del cuarto de baño. Y entonces lo primero que adviertes
antes de que hayas tenido tiempo de retomar el hilo
apasionante de tu historia,
es que te están contando ya su propia historia,
tal como pensaban hacerlo desde un principio.
Y tú, a tu vez, también exclamas: oh, oh, oh, oh,
cada vez más débilmente,apenas un suspiro,
mientras el ascensor, hacia la izquierda, a mitad de camino del corredor,
exhala un último, largo y profundo suspiro de postración
y deja de respirar para siempre. ¿Luego?

Bueno, uno de ustedes cae dormido,
y la otra persona hace lo mismo con un cigarrillo encendido en la boca,
y así es como la gente muere incendiada en los hoteles.


En el invierno de las ciudades (Ediciones De la Flor, 1968)
[Traducción: Juan José Hernández, Eduardo Paz Leston]




Tennessee Williams (su verdadero nombre era Thomas Lanier Williams, nacido en Columbus, Mississippi, el 26 de marzo de 1911) disfrutó de fama y fortuna durante un lapso relativamente breve, a partir de su triunfo inicial, El zoo de cristal (estrenado en Chicago en 1944), seguido por Un tranvía llamado Deseo (1947) y La gata en el tejado de zinc caliente (1955), ganadoras estas dos últimas de sendos premios Pulitzer. Pero ni siquiera el éxito lo había liberado del temor a la locura y la culpa que, a pesar de sus declaraciones, le producía la homosexualidad cuando, el 25 de febrero de 1983, intentó destapar con los dientes el tubo de indispensables pastillas (para dormir, para estar despierto, para aliviar la angustia, para sobrevivir apenas) y el tapón, atorado en la garganta, lo sofocó hasta matarlo.
Si algo revelan las memorias y, sobre todo, las obras de Williams, es su sentimiento trágico de la vida. No carecía, sin embargo, de un penetrante sentido del humor. Cierta vez un ilustre colega de Tennessee, Thornton Wilder, criticó Un tranvía porque, sostuvo, "Stella, la hermana de Blanche, una muchacha fina y educada de lo mejor, no puede estar enamorada de un bruto como Kowalski". Comentario de Williams: "Me parece que a este señor le hacen falta unas buenas revolcadas".O su descripción del primer encuentro con Marlon Brando: "Era el hombre más hermoso que vi en mi vida -asegura Tennessee-, pero tengo como norma inflexible no enredarme nunca con actores que intervienen en mis obras."
A 25 años de su muerte, RASKOLNIKOV recuerda a uno de los dramaturgos más importantes de Estados Unidos.

No hay comentarios: