El reflejo asido de Narciso

Puede considerarse que la historia de la homosexualidad nos deviene de la cultura griega, la cual pronto es heredada por la fértil saliva de las fauces de la loba que fundó Roma. ¿Cómo olvidar el precepto del semen depositado en los hombres y no en la indignidad vaginal de una fémina? ¿O bien, cómo perder de vista las relaciones de fortaleza que ejercía el buen Aristóteles? Lo interesante de la exposición no es condenar u obviar, sino entender que a través de los años el suplicio de Sócrates (presumiblemente condenado a la cicuta por actos impuros), como el de tantos otros sodomitas, fue un elemento completamente distinto del que se filtra a través de la historia en pos de la voz religiosa de la iglesia fundada por San Pedro. La herencia determinante para la historia de la humanidad son los griegos, no así sus hábitos sexuales, por eso es que encontramos en Safo no sólo la emancipación citable de una sexualidad infinita y apabullante, sino los primeros versos de libertad pura, esa libertad que se envuelve en telas aromatizadas con los destellos de la métrica. Algo que no se ha repetido muchas más veces en la historia oficial de la literatura, la mujer amante de otra:
Y sonríes seductora. Sí, esto
aterra mi corazón dentro del pecho,
pues tan pronto te miro un instante,
como ya me es imposible decir una palabra,
pues mi lengua desfallece; en seguida,
un fuego sutil irrumpe bajo mi piel,
nada veo con mis ojos, zumban
mis oídos,
se me esparce el sudor, un escalofrío
me apresa toda, estoy más pálida
que la hierba y me parece que
falta poco para morir.
Pero todo hay que soportarlo, pues esto es así.

Así, pues, en la poesía antigua se considera que el amor libre se desprende de amarse a sí mismo y al otro como consecuencia lógica de un desdoblamiento. Me atrevería a decir que quizás ese desdoblamiento es partícipe del narcisismo. Amar al otro como se ama a uno mismo por reconocer la prolongación de los puntos cardinales que arremeten como vasallos del placer. En la poesía homosexual moderna se encuentra la sombra, el choque contra los muros de las máscaras que deben poner ante los sustantivos a los que apelan para nombrar al ser amado.
Dentro de los poetas homosexuales modernos y, en verdad decisivos para la historia de la literatura, encontramos a Verlaine. Según testimonios diversos (en los cuales, baste decir, está fincada la historia de la literatura), él decide, primero, casarse con una mujer joven (calificativo de sus biógrafos) llamada Matilde, con quien tuvo un hijo. A ella le escribe La Bone Chanson, en donde, a diferencia de los griegos, se muestra la coptación de la felicidad y la plenitud que el autor, por demás desea y no encuentra. Algunos biógrafos, afirman que Verlaine llegó a arrojar contra un muro a su hijo pequeño. El poeta se decide, por fin, a iniciar un romance con Rimbaud, que verá su trágico (o lógico) final en 1873, cuando Verlaine, borracho con Absinthe[1] (Green fairy, La Fée Verte o Ajenjo, como pasó al español) le da un tiro en el hombro a Rimbaud. Verlaine fue encarcelado 18 meses. En la cárcel “he was examined by the court physicians they noted that his ‘anus can be dilated rather significantly by a moderate separation of the buttocks,’ and he ‘bears on his person the signs of active and passive pederastic habits.’ Verlaine was visited by a priest who interrupted his confession and asked: ‘You've never been with animals?’” Verlaine se convirtió en un fanático religioso que decidió volver al bohemio camino del bien al reencontrarse con Rimbaud.
Es sumamente interesante poder notar que los escritores, predicadores de la libertad individual y personal, partidarios del placer antes que la represión, hayan sucumbido, sobre todo en esta época, a la salvación divina. Gide, a pesar de no haber sido declaradamente homosexual, cuestionó la moral de la época: sus libros fueron protagonizados por personajes que ejercían hábitos cuestionables, por ejemplo la pederastia, disfrazada como labor humanista y de veneración en El inmoralista, escrito hacia 1902.
Los disfraces disminuyen más avanzado el siglo XX. Whitman, quien a pesar de no ser considerado un poeta enteramente homosexual, ofrece pistas tangibles en Calamus, la serie de poemas escritos dentro de Fields of Grass. Es el padre del hedonismo individual, refrendando la hipótesis arriba citada sobre el narcicismo. Song to myself es un largo beso al reflejo del estanque:

I celebrate myself,
and sing myself,
And what I assume you shall assume,
For every atom belonging to me as good belongs to you.

I loafe and invite my soul,
I lean and loafe at my ease observing a spear of summer grass.

My tongue, every atom of my blood, form'd from this soil, this air,
Born here of parents born here from parents the same, and their
parents the same, […]

Mencionamos a estos poetas porque a partir de ellos se abre la brecha de la escritura sensible, poderosa, libre, enmarcada en un sutil halo de transgresión amorosa. No hay Galateas a las cuales cantar. En todo caso, encontramos a los pastores en la Arcadia enredando sus lenguas mientras disfrutan el parsimonioso rumor del arroyo.
Jean Genet es otro de los grandes, en Le Condamné à mort canta, con todo el gozo privativo y casi punible de la libertad, un amor por el Apolo ensoñado:

Your face is stern: like a Greek shepherd's
it shudders in the hollow of my closed hands
your mouth is that of a dead woman's
your eyes are roses
and your nose could be
an archangel's beak.

If your visage sings, then what great evil
melted the sparkling frost of your malicious modesty
dusting your hair with bright stars of steel
and crowning your hair with thorns?

A propósito, hemos decidido dejar a las mujeres que predican su fe por Lesbos para una ocasión más apropiada. Sin embargo, con toda la certeza posible, enlistamos una serie de escritores que forman parte del marginal coro en honor a Apolo. Que los disfruten.
Reynaldo Arenas, Cuba
José Lezama Lima, Cuba
Bosco Alvarado, México
Oscar Wilde, Irlanda
Chesterton, Gran Bretaña
Graham Greene, Gran Bretaña
Paul Claudel, Francia
Xavier Villaurrutia, México
Salvador Novo, México
Williams Burroughs, Estados Unidos
Allen Ginsberg, Estados Unidos

Y la interesante sucesión de etcéteras que, sin lugar dudas, incita nuestros más perversos instintos.





Adriana González Méndez




[1] Para obtener información detallada de este romántico producto, sírvase visitar, The Virtual Absinthe Museum, dando clic por acá http://www.oxygenee.com/
[2] Extraído de: Song of Myself en http://www.princeton.edu/~batke/logr/log_026.html. Marzo 13 de 2008.
[3] Extraído de Prisoner condemned to death en http://www.sptzr.net/Translations/prisoner.htm. Marzo 13 de 2008.




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