(...) Los términos "nosotros" y "ellos" sólo tienen un sentido juntos: dentro de su oposición mutua. Sin la posibilidad de oponernos a "ellos", difícilmente podríamos nosotros explicar nuestra identidad.
Por otra parte, los "extranjeros" se resisten a aceptar esa división: no aceptan límites que los alejen. Desmienten el carácter "natural" de las oposiciones, denuncian su arbitrariedad, exponen su fragilidad. Los extranjeros muestran lo que son las divisiones: líneas imaginarias que pueden ser cruzadas o modificadas.
No son parte de "nosotros", pero tampoco de "ellos". No son no amigos ni enemigos. No sé exactamente qué esperar de ellos ni cómo tratarlos.
Trazar límites lo más exactos y precisos posible, de modo que se los advierta fácilmente y, una vez notados, se los entienda sin ambigüedades, parece ser una cuestión de suprema importancia para los seres humanos que viven y han aprendido a vivir en un mundo construido por el hombre. Los límites bien establecidos nos envían una inequívoca señal respecto de lo que debemos esperar y de las pautas de conducta que debemos emplear para lograr nuestros propósitos. Y sin embargo esos límites son siempre convencionales. Debido a la superposición entre los diversos atributos humanos, y a lo gradual de las variaciones, cada línea divisoria dejará inevitablemente a ambos lados del límite una suerte de zona gris, donde las personas no serían inmediatamente reconocidas como pertenecientes a uno u otro de los grupos opuestos que la línea divisoria supone. Esta ambigüedad es sentida como una amenaza, porque confunde la situación y hace muy difícil seleccionar con certeza una actitud adecuada para un contexto de grupo de pertenencia o de grupo foráneo. Con los enemigos, se lucha; a los amigos se los quiere y se los ayuda. ¿Pero qué pasa si una persona no es ninguna de las dos cosas; ¿O si puede ser las dos? Para mantener las diferencias, es preciso suprimir o eliminar toda la ambigüedad que desdibuja los límites: "Los que no están con nosotros, están contra nosotros". Dentro de una división tan categórica no hay lugar para una posición intermedia, indecisa o natural. Muchos dedican más tiempo y energía a combatir a sus propios disidentes que a sus enemigos declarados. En general, se odia mucho más intensamente a los traidores y a los renegados que a los enemigos francos y declarados. Los herejes son más abominables que los infieles.
No obstante, los extranjeros al abandonar su antiguo lugar y pasarse al nuestro, han llevado a cabo una hazaña que nos hace sospechar que poseen cierto misterioso y terrible poder que no podemos enfrentar, un astucia que no podemos igualar; y que abrigan malas intenciones hacia nosotros y, por lo tanto, probablemente usarán su terrorífica superioridad para perjudicarnos. Gente que, debido a su movilidad, a su astuto talento para estar al mismo tiempo aquí y allá, no es de confianza: después de todo, estas personas han roto algo que debería haber sido estanco, aislado, y este pecado original no puede ser olvidado ni perdonado, porque es eterno.
Los recién llegados, nuevos en nuestra forma de vida, no conocen nuestros procedimientos ni nuestros recursos. Lo que para nosotros es normal y natural a ellos les parece extravagante y hasta un poco ridículo. Ellos no dan por sentada la sensatez de nuestra conducta. Formulan preguntas que no sabemos cómo responder. Ahora, la forma en que hemos vivido ha sido puesta en tela de juicio. Nada es autoevidente y, por lo tanto, ya nada es seguro.
El desempeño de los recién llegados sabe a parodia. Desacreditamos sus torpes imitaciones ridiculizándolas, riéndonos de ellas, inventando y contando chistes que son una "caricatura de la caricatura". Nuestras costumbres, nuestros hábitos inconscientes nos han sido mostrados en un espejo deformante.
Pero lo que al principio fue motivo de burla puede también suscitar hostilidad y agresión. A veces se intenta obligarlos a emigrar o puede producirse un genocidio. Pero lo más frecuente es que se elijan soluciones menos radicales. Una de la más usadas es la separación. La separación puede ser territorial, espiritual, o ambas. La variante territorial encontró su expresión más cabal en los ghettos o reservas étnicas. O bien, se realizan grandes esfuerzos para evitar que la inevitable proximidad física se convierta en proximidad espiritual. La interacción con los extranjeros se reduce estrictamente a las transacciones comerciales. Se evitan contactos sociales. Por otra parte, se cree que los extranjeros son portadores de enfermedades contagiosas, que están infectados por insectos, que nos respetan las normas de higiene y, por lo tanto, constituyen una amenaza para la salud; o que practican la magia negra o profesan cultos sombríos y sangrientos, difunden la depravación moral y el relajamiento de las creencias. El rechazo salpica todo: su manera de hablar y de vestir, sus rituales religiosos, la forma en que organizan su vida familiar, y hasta el olor de las comidas que preparan. (...)
Zygmunt Baumann
(Extracto de "Los extranjeros")